Cada vez resulta más evidente de que la Guerra de Malvinas de 1982 fue una jugada de la OTAN, liderada por EEUU y el Reino Unido. Para poder instalar una base militar allí, a los efectos de contrarrestar la creciente influencia que estaba adquiriendo la Unión Soviética en el Atlántico Sur, mediante bases navales instaladas en diversos países africanos.
Ver MALVINAS 1982: la guerra planificada por EEUU y la OTAN y ejecutada por el Reino Unido
Stripteasedelpoder.com reveló en la nota Kissinger: Cómo evitar otra guerra mundial y su vínculo con Malvinas, los nexos ocultados por la gran prensa argentina, de los personajes extranjeros protagonistas en ese conflicto en la consultora estratégica Kissinger Associates Inc, fundada no casualmente en el año de la guerra 1982.
Liderada por Henry Kissinger, un ferviente “atlantista” de origen judeoalemán, consejero del Atlantic Council, que es la cara diplomática de la OTAN. Quien previamente en 1978, visitó Buenos Aires con motivo del Mundial de Futbol, y nos impulsaba a ir a la guerra contra Chille, afirmando que “el miedo a la guerra es un chantaje”.
Ver Para que sirve la deuda externa (II) las tres guerras de Argentina y de nuevo la deuda
Volvió a Buenos Aires a fines de 1981, previamente a que se produjera el putsch que volteó al presidente Gral. Roberto Viola, y el encaramamiento del Gral. Leopoldo Galtieri a la presidencia. Oportunidad en que también se reunió con quien luego sería el canciller de Galtieri, el abogado Nicanor Costa Méndez, sin que este detentara en ese momento cargo alguno que justificara tan alta distinción.
Ver GUERRA DE MALVINAS 1982: ¿La alta traición del canciller Nicanor Costa Méndez?
Dicha consultora tenía como asociados al secretario de Estado Alexander Haig. El supuesto mediador en ese conflicto, que venía de desempeñarse como Comandante en Jefe de la OTAN, y renunció un par de semanas después de finalizado el mismo, como si hubiese cumplido su misión. Y al canciller inglés Lord Carrington, que renunció tras la recuperación de las islas por Argentina, por supuestamente no haberlo previsto.
Quien no obstante pasó luego a desempeñarse como secretario de la OTAN, y junto con Kissinger, el embajador inglés en Argentina Anthony Williams -que tampoco supuestamente la previó- y otros personajes ingleses relacionados con el conflicto, fue multi condecorado por la Corona Británica. Mientras qué en Argentina por contrario, los integrantes de la Junta Militar responsables directos de esa guerra, el Gral. Galtieri, el almirante Jorge Anaya, y el brigadier Basilio Lami Dozo, fueron enjuiciados y condenados por ella.
Ver La intriga en la Guerra de Malvinas: polémica entre el editor de Clarín y de StripteasedelPoder
Otro integrante de esa consultora era el subsecretario de Asuntos Latinoamericanos y experto en energía y petróleo, Thomas Enders. Quien casualmente visitó Buenos Aires en marzo de 1982, dos semanas antes de la recuperación de las islas por parte de Argentina. Oportunidad en la que hizo el famoso guiño del “hands off”, que confirmó a Galtierí que EEUU consentiría con la recuperación de las islas. En trueque por los servicios prestados por el ejército argentino en la “guerra sucia”, que EEUU practicaba en Centro América. Posteriormente Enders pasó a desempeñarse como embajador en España, y fue el artífice del ingreso de este país a la OTAN.
Ver MALVINAS: cómo EEUU embocó a Galtieri y emboscó a Argentina
La falsas señales provenientes del Reino Unido
Por su parte el Reino Unido también se encargó de enviar falsas señales o señuelos, para dar pábulo al plan avalado por el canciller Costa Méndez, “Ocupar para negociar”, al que se refiere el denominado Informe Rattembach o CAERCAS (“Comisión de Análisis y Evaluación de las Responsabilidades en el Conflicto del Atlántico Sur”). En el que se preveía solo la recuperación militar de las islas, y de manera alguna la defensa posterior de ellas. Ante el falso convencimiento de que el Reino Unido no reaccionaría militarmente, y que EEUU forzaría una negociación.
En la cual el secretario de Estado Haig se limitó a exigir de una manera u otra, la rendición diplomática argentina, mediante aceptar que se tuviera en cuenta la autodeterminación de los isleños. Postura que en 1965 la Asamblea de la ONU con la resolución 2065, le había negado al Reino Unido. Rendición diplomática a la que la Junta Militar en un último acto de dignidad, tras haber caído en esa emboscada diplomática militar, se negó a aceptar.
Que de haber sido así, hoy no existiría el conflicto de Malvinas. El cual en 1982 costó la vida de más de un millar de combatientes de ambos bandos, sin tener en cuenta heridos y suicidios posteriores. Por ello los argentinos que hoy sostienen la burda postura de la autodeterminación de 1.500 isleños, incurren en algo cercano a la traición.
Las falsas señales o señuelos provenientes de Londres para precipitar la acción militar argentina de recuperación de las islas consistieron en esencia:
- La negativa a negociar seriamente y la amenaza de dejar de hacerlo.
- La supuesta importancia que tendría la cuestión del petróleo existente en las islas.
- El supuesto desmantelamiento de la Royal Navy, la flota británica que antes era la “reina de los mares”, dispuesta a fines de 1981
- Y la rebaja dispuesta en Londres del estatus de los isleños, quitándoles la ciudadanía británica a principios de ese año, tal como se verá hacia el final de esta nota.
Esos cuatro señuelos confluyeron concurrentemente, para afianzar la tesis de que al Reino Unido no le importaban las islas Malvinas, y no reaccionaría militarmente. Al que se sumó la supuesta existencia de una alianza “estratégica” con EEUU, con motivo de la lucha contra la insurrección en El Salvador, y el apoyo a los “contras” en Nicaragua.
Como si ello pudiera contrarrestar la “alianza especial” que EEUU y el Reino Unido mantienen desde hace 200 años, tras la famosa declaración de Monroe. Y sin tener en cuenta la necesidad de la expansión de la OTAN (Organización Tratado Atlántico Norte) al Atlántico Sur, para enfrentar la expansión de la URSS allí. Siendo las islas Malvinas las únicas aptas para instalar una base área en ellas.
Ver Para qué sirve la deuda externa (I) para impedir la autodeterminación de los pueblos
Le negativa a negociar seriamente conforme el mandato de la ONU
Dos años antes, en 1980, comenzaron a aparecer señales de la inexistencia de la voluntad de negociar por parte del Reino Unido, en cumplimiento del mandato de la ONU con su resolución 2065. Tal como lo refiere el mismo Alte. Anaya en su declaración ante la CAERCAS, avalado por el canciller Costa Méndez. Señalando que en diciembre de ese año se discutió en el Parlamento inglés, la suspensión de toda negociación con Argentina al respecto.
El canciller Oscar Camilión, luego procesado y condenado junto con el ex presidente Carlos Menem por el contrabando de armas a Croacia y Ecuador, en julio de 1981 había concretado la penúltima e inútil negociación con el Reino Unido. Y estaba prevista una nueva ronda de negociaciones en Nueva York para el 26/27 de febrero de 1982, cuando la cancillería estaba ya a cargo de Costa Méndez.
La cual nuevamente no produjo resultado alguno. Razón por la que a su finalización, la cancillería argentina sacó un duro comunicado unilateral, en cuyo final decía cuestionablemente, alertando supuestamente al adversario, y por ello fue indagado en la CAERCAS: “Si la pronta solución no ocurriere, la Argentina mantiene el derecho de elegir el procedimiento que mejor consulte a sus intereses”.
Pero en tal sentido, en la preparación de esa ronda de negociaciones por parte de la cancillería, existe un memorándum secreto, que consta en la documentación de la CAERCAS, pero parece haber sido pasado desapercibido por esta. Donde el 8 de enero de 1982, con la firma de Carlos Blanco, director General de Antártida y Malvinas, se dejaba insinuado o inficionado el envenenado plan diplomático militar de “Ocupar para negociar”.
En el punto 7 del memorándum, se puntualizaba entre otras cosas, “la esterilidad y vacuidad del ejercicio negociador hasta el momento”. Y en el punto 8, se señalaba un curso de acción para “colocar en mora a los británicos en lo que concierne a sus deberes como parte en la· negociación, conforme con los términos de las resoluciones de las Naciones Unidas que la rigen”.
E inusitadamente a continuación, aparece lo que sería el numen de dicho fallido plan de “Ocupar para negociar”, con el siguiente texto: “Ello facilitaría la aceptación por la comunidad internacional de un eventual “fait Accompli” [hecho Consumado] que sería presentado como única vía abierta para obtener satisfacción al reclamo argentino, ante la actitud reacia del Reino Unido. Desde esa posición nueva podría hacerse un nuevo llamamiento a una negociación en términos esta vez más propicios para obtener los objetivos fijados.”
La alocución en inglés “fait Accompli”, se usa en términos diplomáticos como un eufemismo para referirse a soluciones de fuerza alejadas del derecho. Tal como fue la inusitada recuperación militar de las islas por parte de Argentina el 2 de abril de 1982, con la esperanza de agitar las negociaciones, pero que lejos de ello precipitó finalmente la Guerra de Malvinas. Resultando notable que el germen de ella allá provenido de la cancillería dirigida por Costa Méndez, poniendo esto en serias dudas a favor de quien realmente operaba nuestro canciller, cuestión que Stripteasedelpoder.com irá develando en próximas notas.
Ver MALVINAS: 41 años de entrega sin entender lo que realmente pasó en 1982
La cuestión del petróleo
Otro contribuyente al engaño fueron las falsas creencias que trajeron desde Londres, el comandante en Jefe de la Armada e integrante de la Junta Militar, Alte. Jorge Anaya. Y su segundo, el Jefe de Inteligencia de la Armada, y Comandante de la Flota de Mar durante la recuperación de las islas, contraalmirante Walter Allara.
Ambos se habían desempeñado como Agregados Navales en Londres, y admirado el desarrollo de la explotación hidrocarburífera en el Mar del Norte. Y vuelto con el convencimiento de que el Reino Unido no reaccionaría militarmente, si Argentina recuperaba las islas. Ya que solo le interesaba el petróleo, no la soberanía sobre ellas. Y en consecuencia todo se podía arreglar con un módico canje, de entrega o coparticipación en la explotación del petróleo, a cambio del reconocimiento de la soberanía a favor de Argentina.
A la par abundaba por entonces en los grandes medios como La Nación, notas referidas a la existencia de enormes riquezas petrolíferas en torno de las islas Malvinas. Las que incluso podrían resultar decisivas en relación con el conflicto en cuestión, tal como se puede observar en el siguiente artículo de dicho diario, publicado el 11 de abril de 1982, en medios de las negociaciones con Haig tras la recuperación de las islas el 2 de ese mes.
Por eso razón junto, con los preparativos militares para ocupar las islas, comenzó a circular públicamente la versión de la sanción, mediante un decreto-ley, de una nueva ley de hidrocarburos de la que los diarios daban cuenta por aquellos días. La que implícitamente posibilitaría ese canje de energía por soberanía.
También a principios de marzo de 1982, por decreto (462/82) se modificó el estatuto de YPF, para que pudiera asociarse con cualquiera, a los efectos de “promover la constitución de entidades oficiales y fundar, asociarse o participar en sociedades privadas, del Estado, sociedades anónimas con participación estatal mayoritaria o de cualquier otro marco jurídico.”
A la par muy oportunamente, en enero de 1982, comenzó a circular la primera edición del libro con el sugestivo título “Las Malvinas y el Petróleo”, del experto nacionalista Adolfo Silenzi de Stagni. Lo cual daba aún más pábulo a la importancia que la gran la prensa le adjudicaba al petróleo, y a la posibilidad del canje de soberanía por energía.
La editorial era “El Cid Editor”, propiedad de Eduardo Varela CID. Un aventurero que también publicó un compilado de los discursos del ex integrante de la Junta Militar Alte. Emilio Massera, bajo el título “El camino de la democracia”. Y luego resultó elegido como diputado, y posteriormente suspendido en sus funciones, acusado de cobrar coimas para impulsar la sanción de leyes. Por ello fue procesado y condenado por la justicia por exacciones ilegales, e inhabilitado para ocupar cargos públicos.
Por ultimo el mismo Alte. Anaya, ex Agregado Naval en Londres, en su declaración ante el CAERCAS, puntualizó la importancia que le daba a la cuestión del petróleo. Señalando que “una vez que aparezca la primera gota de petróleo en esa zona, eso jamás será argentino, por la sencilla razón de que la tercera potencia del mundo nos lo va a impedir.”
En el reciente aniversario de la recuperación, el 2 de abril pasado, los medios Infobae y 8000 publicaron una entrevista a Anaya, efectuada por el periodista Abel Escudero Zadrayec, en donde tras afirmar que el canciller Costa Méndez le expresó, “para mí, la única solución que existe es la militar”, aseguró con todas la letras que la Guerra de Malvinas “fue una trampa inglesa”, a traves del siguién diálogo:
—Después de tantos años, ¿piensa que fue un error?
—Pienso que fue una maniobra tramada por Gran Bretaña. Ellos forzaron la guerra. Nos pusieron en un callejón sin salida. Al tiempo que advirtieron que el conflicto era inevitable si no retirábamos a los obreros de las Georgias, zarparon submarinos y buques logísticos de Gibraltar. No me dejaron otra opción.
—¿Se arrepiente?
—Ahora que la historia ya está escrita y sé que fue una trampa inglesa, asumo que tendría que haber retirado a los obreros. Y patapúfete. Se acababa. Los ingleses son los tipos más ruines que usted se pueda imaginar en cuestión de política.
Y mas adelante ante la pregunta del cronista, agregó, sin advertir que detrás del tandem del Reino Unido y EEUU, estaba la OTAN:
—¿Y pensó que Gran Bretaña no iba a responder militarmente?
—El problema fue la ayuda de los Estados Unidos. Si no hubiera sido por eso, Inglaterra habría tenido que replegarse. Si hubiera sido una lucha mano a mano, les habríamos ganado. Pero no: el mismo 2 de abril Estados Unidos ya estaba dándoles asistencia.
Ver MALVINAS 1: la guerra de 1832 planificada por el Reino Unido y ejecutada por EEUU
Ver MALVINAS 2: el ataque de la USS Lexington de EEUU que abrió paso a la ocupación británica
El desmantelamiento de la Royal Navy
Paralelamente a esas señuelos, en febrero de 1982 se discutió en el Parlamento inglés el inusitado desmantelamiento de la Royal Navy, propuesto por el secretario de Defensa John Nott, que luego nunca se llevó a cabo. Donde incluso sobreactuando, se proponía el retiro del rompehielos HMS Endurance apostado en las islas Malvinas.
Una versión inglesa muy interesante respecto esa falsa señal o señuelo, aparece en la publicación “A 40 años de la Guerra de Malvinas: una mirada diferente”, escrita por diversos autores y compilada por Marcos Pablo Moloeznik y José Gabriel Paz. En cuyo capítulo XIII, el historiador británico Adrián Pearce se refiere a ello bajo el título “La Guerra de Malvinas en el contexto del debilitamiento militar británico desde la Segunda Guerra Mundial”.
Con una visión notablemente cándida de los acontecimientos, sin advertir la malicia existente detrás de ellos, para lograr instalar en las islas Malvinas una base aérea de la OTAN. Pero cuyo contenido revela lo absurdo de ese plan de supuesto desmantelamiento de la Royal Navy, que funcionó como uno de los principales señuelos para engañar a los torpes estrategas argentinos. En cuya introducción dice:
“Gran Bretaña salió victorioso de la Guerra de Malvinas de 1982, después de emprender una operación anfibia ambiciosa de larga distancia. Sin embargo, la victoria británica ha oscurecido hasta cierto punto el hecho de que, para la primavera de ese año, una reorientación repentina de la política de defensa del Reino Unido (anunciada tan solo meses antes), dentro del contexto de la reducción constante y continua de las fuerzas armadas británicas desde la Segunda Guerra Mundial, casi hizo que la operación fuera imposible.
Como resultado, si la Junta argentina hubiera esperado tan sólo un año o incluso menos antes de invadir las Islas Malvinas, el Reino Unido habría encontrado desafíos mucho más serios al montar la respuesta militar exitosa que en realidad llevó a cabo. Y, si bien la victoria en la guerra contribuyó a repensar la política de defensa y a un compromiso renovado con la capacidad de montar operaciones expedicionarias de larga distancia, en sí no puso alto al debilitamiento a largo plazo de las fuerzas armadas británicas.”
Bajo el acápite “El ‘momento de Malvinas’, 1981-1982”, sigue diciendo sin ningún desperdicio: “En 1979, el primer gobierno de Margaret Thatcher asumió el poder; y en junio de 1981, publicó un Análisis de Defensa (Defence Review) que explicó su postura ante la estrategia y las prioridades militares de cara al futuro. Este Análisis llegó en el contexto de la crisis económica seria y los conflictos industriales generalizados de principios de los 1980, que propiciaron recortes profundos en el gasto público en casi todas las áreas. Los recortes al presupuesto de defensa fueron particularmente serios, constituyendo en ojos de dos periodistas prominentes “el ataque más sostenido que jamás montó Hacienda sobre los gastos de defensa”.
Los recortes que se anunciaron fueron dramáticos: ambos portaaviones entonces en servicio –HMS Invincible y HMS Hermes– se retirarían, con la venta del primero a Australia de hecho anunciada en febrero de 1982, y la retirada del último planeada para más tarde durante el mismo año… Lo que, es más, la flota de superficie perdería nueve de los 59 destructores y fragatas, una reducción de 15%, con otras ocho unidades puestas en la flota de reserva, dejando 42 buques en activo. Por último, ambos barcos de asalto anfibio de la Royal Navy también se retirarían: HMS Intrepid ya en 1982, y HMS Fearless en 1984.
Los Royal Marines se retendrían al mismo nivel que antes, con tres Comandos; pero los oficiales superiores de los Royal Marines y del ramo anfibio sacaron como conclusión natural que, si los barcos anfibios se cancelaban, los Royal Marines mismos no tardarían en seguir por el mismo camino. Y otros recortes profundos afectaron a los astilleros navales, con el cierre de los de Chatham, y los de Portsmouth, sujetos a “una reducción muy aguda en el rango y el volumen del trabajo”.
Las políticas que se anunciaron en el White Paper de 1981 se justificaron no simplemente a base de motivos económicos, sino también en la necesidad de una reorientación radical de la política de defensa británica. El gobierno de Thatcher opinó que en adelante esta debería enfocarse de forma mucho más exclusiva en la amenaza soviética y en las prioridades de la OTAN –y así, en el Atlántico noreste y el teatro militar principal en el norte y centro de Europa.
La necesidad de acción militar fuera de este teatro, en rincones remotos del globo lejos de las islas patrias, se consideraba poco probable, y francamente poco creíble si no se emprendía junto con los aliados del Reino Unido y dentro del contexto de la OTAN. Así, las prioridades estratégicas de Gran Bretaña se recategorizaron para poner el elemento de disuasión nuclear en primer lugar, la defensa de la base patria en el Reino Unido en segundo, y el compromiso con la defensa europea continental en tercero.
La proyección específica atlántica de la armada dentro de la OTAN (en la que el Atlántico Sur naturalmente figuraba como una prioridad menor) se relegaba al cuarto y último lugar. El White Paper señalaba la intención del Gobierno de emplear a los nuevos portaaviones de la clase Invincible en despliegues fuera-de-área, que podrían incluir el Atlántico Sur y el Caribe. Pero por detrás del pensamiento estratégico y la retórica de que se revestía, las repercusiones de los recortes a la Royal Navy que se anunciaron en el Análisis de Defensa de 1981 parecían tan claros como llamativos: Gran Bretaña renunciaría, por primera vez en siglos, a su capacidad independiente expedicionaria anfibia.
De ahí en adelante, “las fuerzas de propósito general de la Royal Navy se reducirían a lo que en realidad fue una contribución a la OTAN’”, dedicada principalmente a la defensa de las aguas patrias y al teatro europeo. Aquí, el papel de los portaaviones se podría asumir por la RAF, operando desde sus bases en el Reino Unido mismo, y el de los barcos de asalto anfibio por los barcos de la Real Flota Auxiliar (Royal Fleet Auxiliary), que desembarcarían a las tropas directamente en puertos seguros en países aliados en Europa.
Y este cambio en el pensamiento militar se manifestaba aún en otros recortes importantes que se realizaron al mismo tiempo; estos incluyeron la cancelación del entrenamiento especial en el apoyo a la artillería naval (Naval Gunfire Support), con la artillería naval en apoyo de las operaciones por tierra mirada como obsoleta en un teatro europeo en que su papel se podría desarrollar de forma mucho más eficaz por los bombardeos aéreos.
Dentro de la Royal Navy, la reacción ante los recortes de defensa de 1981 y el pensamiento estratégico que los justificaba fue de preocupación y angustia. Esto se expresaba entre otros participantes claves de la Guerra de Malvinas, incluyendo al comandante del Grupo aeronaval, almirante Sandy Woodward, quien escribió en sus memorias:
“Yo compartía en mucho la alarma y la desconfianza que se sentía en círculos navales en ese tiempo. Estos eran cambios enormes, a introducirse de forma rapidísima, y […] significaban que la Royal Navy estaría en su punto más bajo desde hacía muchísimo tiempo. No soy en absoluto capaz de expresar lo tristes y alterados que estábamos todos”.
El comodoro Michael Clapp, a cargo del Grupo anfibio que emprendió el desembarco en Malvinas en Puerto San Carlos, y el mayor Ewen Southby-Tailyour [que casualmente poco antes había un prolijo relevamiento de las costas del archipiélago] quien comandó las lanchas de desembarco mismas, escribieron que, a la luz del Análisis, “cualquier país inteligente podía ver claramente que el Reino Unido advertía que ya no tenía la capacidad y, por deducción muy sencilla, la voluntad de proyectar el poder en tierra, en ultramar y a larga distancia”.
El mensaje debe haberse hecho incómodamente claro a los miembros del Commonwealth y las colonias, mientras se recibía con alegría en otras partes… El león británico pasaba a ser un gatito amable”. Se reservaba una virulencia especial entre los oficiales de la armada para John Nott, el ministro de defensa de Thatcher, quien encabezó el Análisis. Clapp y Southby-Tailyour pensaron que Nott “demostraba una ignorancia sorprendente de las operaciones y prioridades navales”.
Otro oficial que desempeñó un papel clave en la guerra fue más brusco aún: Nott era simplemente “el hombre de hacha de Margaret Thatcher. Sus instrucciones eran no sólo de recortar los gastos de Defensa, sino de recortarlos rápidamente”. Este contexto –de recortes al gasto público y a las fuerzas armadas bajo el primer gobierno de Thatcher– también tuvo repercusiones inmediatas en el Atlántico Sur.”
El cuarto señuelo engañoso
“Entre otras víctimas de los recortes navales se encontraba el buque de patrulla y sondeo polar, HMS Endurance. Si bien llevaba poco armamento, el HMS Endurance constituía la única presencia naval británica en el Atlántico Sur, y además servía como barco de guardia para las Malvinas y la isla San Pedro (South Georgia). Su retiro sin reemplazo se anunció en junio de 1981 –el mismo mes que vio la publicación del ‘White Paper’ de defensa– para marzo de 1982, indicada (irónicamente) como la fecha de su salida de servicio.
Una campaña montada en el Parlamento y a través de la prensa, coordinada en cierta medida por su temible capitán, Nick Barker, no logró salvarlo (aunque la Guerra de Malvinas luego sí lo logró, y quedó en servicio hasta 1991). Hubo la preocupación en círculos británicos políticos y diplomáticos, así como en las mismas Malvinas, de que la decisión de retirar al Endurance sólo podía interpretarse en la Argentina como indicio de un debilitamiento en el compromiso de Gran Bretaña con sus territorios del Atlántico Sur.
En este sentido, es significativo que el Informe Franks (Franks Report) –el informe del Reino Unido acerca del papel y responsabilidades del gobierno en el período previo a la guerra– si bien en general dejó de criticar en absoluto a Thatcher y su administración, sí concluyó que la decisión de retirar al Endurance de hecho había sido un error.
Y hubo otros testimonios en esta época de la escasa importancia que el gobierno de Thatcher parecía concederles a las Malvinas, incluyendo una decisión de no mejorar la pista principal de aterrizaje en Stanley y de no reemplazar el cuartel destartalado de los Royal Marines en el cercano Moody Brook, así como un intento de cerrar la base de la Prospección Antárctica Británica (British Antarctic Survey) en Grytviken en la isla San Pedro.
Finalmente, y desde una perspectiva retrospectiva lo más sorprendente, el Proyecto de Ley de Nacionalidad de febrero de 1981 (después el Acta de Nacionalidad) le privó a una parte de la población de Malvinas de su plena ciudadanía británica. Bajo las cláusulas del Proyecto de Ley, cerca de la tercera parte de los isleños, entre 700 y 800 personas, pasarían a ser ciudadanos tan sólo de los Territorios Dependientes Británicos, sin derecho de residencia en el Reino Unido.
Esto también, pensaban muchos, solo podría leerse en Buenos Aires como una prueba más de la falta de interés o preocupación británica por las Malvinas. A partir de junio de 1981, por lo tanto, la política británica de defensa se redirigió por un camino nuevo y diferente; un camino que, al retirar los buques de asalto anfibio y ambos portaaviones en activo, pronto hubiera hecho imposibles las operaciones independientes anfibias de larga distancia.
El 2 de abril de 1982, sin embargo –tan sólo diez meses después– la Argentina emprendió la Operación Rosario: la invasión de Malvinas. El cambio radical que la invasión argentina provocó en la actitud de Margaret Thatcher y su gobierno hacia las islas y sus habitantes –desde la franca indiferencia hacia la defensa patriótica apasionada– podría parecer sorprendente. Desde luego que sorprendió a la Junta militar argentina, que no parece haber considerado siquiera la posibilidad de una respuesta militar británica a la Operación Rosario.
La visión cínica de este cambio repentino sugeriría que Thatcher sabía que el no reaccionar y recuperar las islas garantizaría la caída de su gobierno y el fin de su carrera política; y que, como resultado, actuó desde el estricto autointerés. Una visión más equilibrada indicaría que, si bien (como las políticas de su gobierno durante 1981 dejaron muy claro) sentía poco interés por las Malvinas o sus habitantes, sí le importaba el peso y la reputación internacional de Gran Bretaña –y sintió que éstos sí merecieron una postura decidida.
La reacción británica ante la invasión de las Malvinas abarcó la movilización inmediata de una poderosa fuerza de tarea naval, y llevó a una victoria sorprendentemente rápida en la guerra que siguió. Esta victoria demostró que a pesar del debilitamiento bajo algunos criterios básicos desde 1945, descrito en breve en páginas anteriores, los militares británicos todavía retenían una capacidad sustancial en 1982. También sugirió que los niveles de profesionalismo dentro de las fuerzas armadas apenas si se habían visto afectados por el declive.
Éste no es el lugar para ponderar con detalle por qué Gran Bretaña ganó la Guerra de Malvinas, pero fueron varios los factores claves. Los británicos poseían más material bélico que la Argentina, y de mejor calidad en su conjunto, aunque esto tuvo tan sólo un significado relativo y debió haber sido anulado por la gran distancia a la que la guerra se libró y los obstáculos logísticos formidables que resultaron de ello.
También críticos fueron la autoconfianza y la entrega, entre militares y políticos por igual, que resultó de una tradición y experiencia militar fuerte. A pesar de la reducción rápida en la capacidad real militar británica desde la Segunda Guerra Mundial, al fin y al cabo, la Guerra de Malvinas tuvo lugar menos de cuarenta años después de 1945. Muchas de las figuras que lideraron la campaña habían luchado durante la Segunda Guerra o después.
Los jefes de las tres ramas de servicio durante la Guerra de Malvinas –Henry Leach (armada), Michael Beetham (fuerza aérea), y Edwin Bramall (ejército)– habían combatido durante la Segunda Guerra, por ejemplo, así como también lo había hecho el comandante general de las fuerzas armadas, Terence Lewin. Dentro del Gabinete de guerra de Thatcher, compuesto por cuatro hombres, Willie Whitelaw y Francis Pym adquirieron un largo historial y fueron condecorados durante la Segunda Guerra Mundial, mientras que John Nott había servido en la posguerra (en Malasia) y Cecil Parkinson había hecho el Servicio Nacional (como conscripto) con la RAF. Incluso el mismo gobernador de Malvinas, Rex Hunt, había servido como piloto de caza Spitfire durante la Segunda Guerra Mundial.
Y esta experiencia militar se extendió hacia tiempos más recientes: entre 1945 y 1982, hubo tan sólo un año (1968) en que las fuerzas británicas no perdieron ni un solo hombre en el servicio activo en alguna parte del mundo. En contraste, las fuerzas armadas argentinas habían actuado poco fuera de sus propias fronteras desde el siglo diecinueve. El factor más importante de todos, sin embargo, seguramente se encontró en el contraste entre las fuerzas armadas enteramente profesionales y bien entrenadas británicas, por una parte, y las tropas argentinas (sobre todo terrestres) compuestas mayoritariamente por conscriptos poco preparados, por otra.36 No obstante, la victoria británica en Malvinas fue en cierto sentido engañosa.
El hecho de que se lograra de forma tan rápida lo hizo parecer relativamente sencillo, cuando en realidad fue algo reñido y que fácilmente pudo haber tenido otro resultado. Un motivo por esto es que de las muchas bombas argentinas que impactaron en los barcos británicos, solo un puñado de hecho explotaron, debido a problemas con los lanzamientos o las espoletas; los barcos podrían sobrevivir al impacto de una o más bombas que no explotaron, pero se hundieron o quedaron seriamente dañados cuando sí lo hicieron.
Se afirma con frecuencia que el hundimiento o la puesta fuera de acción de cualquiera de los dos portaaviones británicos habría significado el fin de la guerra y la derrota del Reino Unido, una postura sostenida por muchos en la fuerza de tarea durante el conflicto; aunque en realidad, tal acontecimiento no fue nunca muy probable, dada la protección cuidada que se extendió a los portaaviones durante toda la campaña.
El hundimiento de un barco transportador de tropas, sin embargo –y especialmente del crucero Canberra de 45.000 toneladas, de la compañía P&O, requisado por el gobierno al comienzo de la guerra– era perfectamente posible, y habría tenido un efecto igualmente devastador. El Canberra transportó tres unidades importantes de tropa, unos 1.800 hombres en total, hasta dos días antes del desembarco británico, y todavía llevaba 600 hombres a bordo cuando entró al Puerto San Carlos el 21 de mayo de 1982.
Con diferencia el barco más grande activo en las islas también ofrecía un blanco conspicuo, y ya que se había construido bajo normas civiles y no militares, era eminentemente hundible. Cualquier análisis de la victoria británica en la guerra, por lo tanto, debe tomar en cuenta la variante histórica menos de moda (si bien muy reconocida entre los militares) –la contingencia, o la simple buena suerte.
Y, aun así, los recursos de la Gran Bretaña se pusieron a la máxima prueba. De este modo, el juicio general de Sir Lawrence Freedman en su monumental Historia oficial de la guerra fue sin duda correcto: que, en el contexto del debilitamiento de la capacidad militar británica en los años antes de la guerra, “quedaba exacto lo justo [there was just enough left] para poder montar la expedición”.
Lo que, es más, como ya hemos visto, en el contexto del debilitamiento militar británico desde 1945, coronado por la reorientación de la política de defensa que se anunció en junio de 1981, la primavera de 1982 casi representó el último momento en que tal operación hubiera sido todavía posible. Es así un hecho tan extraordinario como indiscutible que de haber esperado la Junta argentina un año, y posiblemente tan poco como seis meses, antes de intentar recuperar las Malvinas por la fuerza, Gran Bretaña con casi toda seguridad se habría encontrado sin la capacidad de montar una respuesta militar eficaz.
El motivo inmediato detrás de la acción precipitada de la Junta fue una crisis en la isla San Pedro provocada por la operación chatarrera emprendida por Constantino Davidoff desde mediados de marzo de 1982, y la reacción británica ante esta crisis.42 El contexto más amplio era probablemente la crisis económica y política en Argentina, combinada con la profunda autocomplacencia de la Junta respecto de la probabilidad de cualquier respuesta militar británica seria; después de todo, la elección del momento de la invasión sólo importaba si una respuesta británica se consideraba probable, lo cual no fue el caso. Este hecho –que la elección del momento de la invasión argentina resultó al fin algo de importancia vital– se reconocía ampliamente en el momento.
Un estudio de las armas (incluyendo los barcos) que se emplearon en la guerra y que se publicó unos meses después concluyó: “De haber esperado la Junta sólo un poquito más (only a little while longer) antes de lanzar la invasión, el impacto real de los recortes de defensa impuestos a través de una generación habría resultado terriblemente aparente”. Y esto no fue nada hiperbólico: como hemos visto, para fines de 1982, uno de los dos portaaviones británicos en activo (ambos de los cuales al final sirvieron durante la guerra) habría sido vendido y el otro dado de baja, mientras que uno de los únicos dos barcos de asalto anfibio del Reino Unido igualmente habría quedado fuera de servicio.
Para ilustrar hasta qué punto estos planes casi descarrilaron la respuesta británica del todo, debe notarse que tan sólo semanas antes de la invasión argentina, el barco de asalto anfibio HMS Intrepid ya se había vuelto a puerto para vaciarse de equipo y ponerse en reserva. Ya que ninguna operación anfibia era factible sin este barco –el Reino Unido solo poseía otro buque de asalto anfibio, el HMS Fearless, y no podía arriesgarse en una operación que dependiera tan solo de este barco– la elección del momento del desembarco para recuperar las islas pasó a depender en parte de la necesidad de volver a poner al Intrepid en activo y colocarlo en el Atlántico sur.
Esto se consideraba imposible antes del 16 de mayo como mínimo; y por este motivo, el comandante del Grupo aeronaval fijó la fecha más temprana posible para el desembarco el 16 de mayo (tal como se desarrollaron los acontecimientos, de hecho, tuvo lugar cinco días más tarde). Para fines de 1982, en contraste, la puesta en reserva del Intrepid y la retirada de los dos portaaviones en activo habrían dejado a Gran Bretaña con tan sólo un barco de asalto anfibio (HMS Fearless) y un portaaviones pequeño y novísimo (Illustrious), con capacidad de llevar sólo ocho aviones Harrier para patrullas aéreas de combate, apoyo aéreo cercano, y misiones de reconocimiento.
Para entonces, las perspectivas para una operación viable se habrían mudado de ‘cuestionable’ a ‘fuera de cuestión’. Las opciones prácticas de Gran Bretaña luego habrían quedado limitadas presumiblemente al hostigamiento inútil de los barcos argentinos por submarinos. El ‘momento de Malvinas’ histórico –entendido como el último momento en el debilitamiento británico militar (y más amplio) en que una operación para recuperar las Islas Malvinas por la fuerza todavía era posible– se puede fijar así precisamente en la primavera de 1982. El período desde entonces sólo ha dejado todo esto más claro –aún cuando la victoria en la guerra ralentizó durante algún tiempo el declive, y durante algunas décadas contribuyó a una nueva reorientación de la política británica naval y militar.
La política naval británica y los gastos de defensa, de 1982 hasta el día de hoy
Muchas veces se afirma que la victoria en Malvinas contribuyó de forma directa a la cancelación rápida de las políticas anunciadas en el ‘White Paper’ de 1981, y a un renovado compromiso con una Royal Navy capaz de montar operaciones anfibias y de largo alcance tanto de manera independiente como combinada con países aliados. Mientras los barcos de la fuerza de tarea regresaban a sus puertos de matrícula en el Reino Unido después de una campaña exitosa y muchas veces ante bienvenidas multitudinarias, ya se volvía impensable la retirada sin reemplazo de los portaaviones o de los buques anfibios claves.
Más bien, como unos historiadores enfatizaron hace poco, “lo esencial de la revista de Nott se anuló y se retuvo una flota equilibrada”. Este argumento quizás se haya exagerado hasta cierto punto, cuando otros historiadores han sugerido por contraste que hubo continuidad en la estrategia naval a través del período de la guerra. Después de todo, el ‘White Paper’ siempre pretendió retener los últimos dos portaaviones de la clase Invincible, si bien ninguno de los dos estaba en servicio al comienzo de la guerra, e incluso a los barcos anfibios se les dio un indulto parcial en febrero de 1982 –aunque esto no impidió la puesta en reserva del HMS Intrepid, con las consecuencias que ya vimos.
De todos modos, queda poca duda de que la Guerra de Malvinas tuviera un impacto importante sobre la política naval británica. Esto se hizo evidente de forma notable con la cancelación de la venta del HMS Invincible a Australia y así la retención de todos los tres portaaviones de la clase Invincible (Invincible mismo, Illustrious, y Ark Royal), junto con el HMS Hermes hasta 1984 (cuando se vendió a la India).
Y vista de forma retrospectiva, la Guerra de Malvinas desde luego se puede ver como heraldo de un cambio más amplio en el pensamiento militar británico y en los factores geoestratégicos que lo condicionaban, que se realizó de forma más completa con el fin de la Guerra Fría menos de una década después, y el énfasis reducido en la amenaza soviética y el teatro de operaciones europeo que lo acompañó.”
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